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Pude percibir allí el corazón misericordioso y bondadoso del Padre Jaime, tal como nos motiva hoy en día el Papa Francisco, ser servidores, salir a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, devolver la dignidad a las personas, que éstas se reconozcan hijos de Dios. Sus homilías están cargadas de un sentido profundamente humano y por ende cristiano, la capacidad de transmitir, de hacer palpable el Evangelio, a Jesús hecho vida en estas realidades, hicieron que el Padre Jaime se convirtiera en un voz de esperanza para aquellos/as que tal vez no la tenían. En verdad, me tocó profundamente la capacidad que tenía el Padre Jaime de hacerse entender por todos aquellos quienes lo escuchaban. Además, su trato especial y deferente con cada una de las personas, sinceramente un verdadero salesiano y un auténtico hijo de Don Bosco.
Por otro lado, está latente en sus homilías la defensa de la vida en todos sus momentos; era un apasionado por ella. Su fundamento es el mismo Cristo quien siempre miro y salvó primero a la persona antes que cualquier otra realidad. Allí, reside la fe de nosotros los cristianos en la vida, esa vida que se da en abundancia, esa vida que es Cristo mismo; porque bien sabemos que las realidades de muerte, de odio y de exclusión, jamás tendrán la última palabra, la última palabra la tendrá siempre la Vida, la Resurrección y el Amor, para que cada uno de nosotros nos sintamos comprometidos a construir el Reino de Dios, entre aquellos que más sufren. Diácono César Mejía, SDB, beneficiario de la Fundación Padre Jaime, Inspectoría de Medellín).
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